top of page

Mishima o el Cuerpo como Templo

 

Por Boris Ayala

*Considerado entre los grandes escritores japoneses del siglo XX, Yukio Mishima pasó de ser un flacucho joven a un verdadero guerrero samurai... hasta la muerte.


Kimitake Hiraoka, quien bajo su nombre literario - en última instancia sólo debiera ser válido el nombre que uno escoge para sí mismo- se hará inmortal en los anales de la literatura contemporánea, tendría hoy 88 años; situación inadmisible para quien, según propia expresión, no estaba dispuesto al pasivo camino que la naturaleza nos impone al resto: morir bajo el indignante signo del deterioro. "El cielo debió parecer muy hermoso a aquellos griegos y romanos de la época clásica, quienes no esperaban sobrevivir más allá de los treinta años", dijo o escribió con palabras similares en alguna ocasión.


Su muerte ritual antes de cumplir los cuarenta y seis años, a la manera de la tradición samurai del "Seppuku" (cuya forma incompleta denominamos popularmente "Harakiri") fue una "obra" -sopeso la palabra- calculada y prevista acaso desde su primera juventud, prefigurándose como adecuado colofón estético a la que sería su vasta obra artística (novelística, escénica, cinematográfica), siempre -y más en sus últimos años- desbordándose con tintes escandalosos hacia su vida pública.

 

Hecha suya la divisa samurai de unir arte con acción, armonizando "pluma y espada", acabaría su imperativo ético-estético adquiriendo tonos estridentes a través de su muerte elegida, discordante en un contexto definitivamente alejado del Japón feudal que, en apariencia al menos, Yukio Mishima añoraba.
Penetrando en la compleja personalidad de nuestro escritor, resulta al menos dudosa la sinceridad de sus motivaciones aducidas en aquel frustrado discurso, hecho para el viento, del 25 de noviembre de 1970.
Sobre la terraza del edificio tomado en el cuartel del ejército, previo a su auto inmolación, lo que buscaba, presuntamente, era agitar la conciencia de un Japón debilitado por la molicie, traidor a sus valores auténticos, privado de su vocación guerrera. Con todo y que sus últimas palabras resultasen congruentes a una postura pública siempre crítica a la banal occidentalización de su país, la clave más válida para la interpretación de su gesto final, así como de tantos otros en el trayecto de su vida, nos parece no puede ser otro que el que ofrece la perspectiva estética.

 

Es, pues, desde la visión del arte que aspira a invadir a la vida, que cabe entender toda una serie de meticulosos y cotidianos preparativos que, desde hacía años, venía Yukio Mishima realizando, teniendo siempre en mente como finalidad última su muerte voluntaria, significativa en la medida que expresara la sublime síntesis entre "pluma y espada".


La construcción de un cuerpo bello a través del martirio constante por medio del esfuerzo físico, el fisiculturismo y las artes marciales, era prolegómeno imprescindible para la concreción de su "obra final": una hermosa muerte requiere necesariamente de un hermoso cuerpo. La imagen más fiel del alma humana nos la ofrece el cuerpo humano, según expresión de L. Wittgenstein. Y el modo en que confirmaría tal dicho Mishima nos lo ofrece a la manera del hombre de acción. Si el arte es, también, contradecir a la naturaleza, fue una obra de arte la que esculpió con su propia carne, haciendo tangible su voluntad soberana y venciendo la fatalidad orgánica de un cuerpo canijo, erigiendo con sus huesos y músculos una encarnación digna de su portentísimo espíritu. Si el físiculturismo y la práctica del karate o el kendo, en las que adquirió calidad olímpica, absorbieron mucho de sus últimos quince años, hemos de considerarlo como el modo único que podría llegar a la construcción del templo carnal adecuado  a   su objetivo, la destrucción,  igual que a aquel otro templo, "Kinkakuji", condenado a las llamas, de su obra maestra "El Pabellón de Oro".


Tal sería su entusiasmo al constatar, triunfante, la transformación de su cuerpo que, en una actitud casi adolescente, no perdía oportunidad para exhibir su adquisición, su conquista. Una vasta galería de fotografías revelan ciertamente envanecimiento, pero sin duda otra cosa más,avisos de sustrato mucho más oscuro: poses a cual más mórbida, más trágica (flechado como San Sebastián o cometiendo Harakiri). El narcicismo tétrico de esas fotografías ya apuntaban indudablemente a la resolución fatal que Mishima había tomado y de la cual, por las leyes de su mente, ya no podría escapar. La ecuación de su existencia no reconocía sino una solución: unir arte y vida en el instante fuera del tiempo que es la muerte.

25-nov-1970 Yukio Mishima y su ejército de cuatro seguidores toman el cuartel general de las las Fuerzas de Autodefensa. 

Foto: http://daguerrotiposyotroscines.blogspot.mx/2011/04/monografico-daguerrotipo-9-yukio.html

Yukio Mishima (1925-1970) posando como San Sebastián atravesado por las flechas

Foto: http://mx.fotolog.com/modestinus/66294467/

© 2013 by Sendero Artes Marciales

 

 

  • Wix Facebook page
  • Wix Twitter page
  • Wix Google+ page

Contáctanos:

sendero.artesmarciales@gmail.com sendero.artesmarciales@facebook.com

 

Sendero noticias artes marciales
  • Wix Facebook page
  • Wix Twitter page
  • Wix Google+ page
bottom of page